Los trastornos que hoy incluimos en el concepto de demencia han sufrido muy distinta consideración por parte de los estudiosos y de la propia sociedad a lo largo de la Historia. Pasamos a recordar, muy brevemente, las épocas de la Historia en las que se mostró más interés por la demencia.
La palabra demencia aparece ya en el Imperio Romano, significando —literalmente— «locura, fuera de la mente de uno». Así la encontramos por primera vez en la obra De Rerum Natura, de Titus Lucrecius, en el siglo I antes de Cristo, y es en la Enciclopaedia de Celsus -también del siglo I antes de Cristo- cuando se usa por primera vez en un contexto médico.
Cicerón defendió en su obra De Senectute que la pérdida de memoria en la vejez era consecuencia de una enfermedad ajena al propio envejecimiento.
Un siglo más tarde, Areteo de Capadocia habla ya de demencia senil.
En esa época, cualquier tipo de trastorno intelectual o de la conducta era denominado demencia, y es preciso tener en cuenta que entonces la esperanza media de vida al nacer era de unos 30 años.
Durante la Edad Media, los médicos del Islam siguieron manteniendo criterios similares a los del Imperio Romano, tanto en lo relativo a la demencia como en lo relativo al envejecimiento cerebral.
Las ideas comunes de esta época eran la inevitable decrepitud intelectual y el carácter melancólico del anciano. Thomas Willis, en su obra De Anima Brutorum, incluyó bajo los epígrafes de «estupidez» y «locura» lo que hoy conocemos como demencia.
La palabra demencia aparece por vez primera en lengua vernácula en el Physical Dictionary de Blancard, en 1726, con los significados de «Deficiencia mental extrema. Sin mente. Extinción de la imaginación y el juicio». El Diccionario Español-Francés de Sobrino (1791) la define como «Locura, extravagancia, extravío, alienación del espíritu».
La raíz latina demens adquiere ya connotación médica a mediados de este siglo, como se aprecia en la Enciclopedia Francesa de Diderot y D'Alembert de 1754, distinguiéndose ya bien aquí la demencia de la manía y del delirium, y aceptándose además su reversibilidad en algunos casos, la posibilidad de presentación a cualquier edad y su carácter plurietiológico.
Es en este siglo cuando se empieza a perfilar con claridad la organicidad de la demencia. En 1822, Bayle presentó su trabajo clínico-patológico, en el que demostraba que los síntomas físicos y mentales de la parálisis general progresiva (PGP), enfermedad infecciosa tratable que cursa con demencia y que había sido traída por los españoles de Colón desde Haití, eran debidos a una aracnoiditis crónica. Esto hizo cambiar el concepto de demencia, que empezó a considerarse el resultado de una enfermedad orgánica.
En el Tratado de Psiquiatría de Wilhelm Griesinger (1845) se hace mención a una clasificación de la demencia apática, bajo el título general de Estados de Debilidad Mental. La demencia senil era un ejemplo de tal condición que, se creía, estaba originada por enfermedad de las arterias cerebrales.
Binswanger introdujo en 1898 el término demencia presenil. El término demencia empezaba a delimitarse: aparecía tanto en la edad senil como antes de ella, y estaba causada por una enfermedad orgánica cerebral, lo que la diferenciaba de las neurosis.
Hacia 1900 estaban ya bien individualizadas la demencia senil, la demencia arterioesclerótica y algunas formas de demencia subcortical, entre ellas la descrita por George Huntington en Long Island en 1872.
Sin embargo, no se ubicaban en esa clasificación enfermedades tan clásicas como la PGP, la demencia precoz, las demencias alcohólicas, las postraumáticas, la debida a envenenamiento por plomo, etc.
Alois Alzheimer describió por completo en 1904 la neuropatología de la PGP, y fue Kraepelin quien señaló que «la infección sifilítica es esencial para su aparición».
En 1906, Alzheimer presenta ante la Sociedad Médica Alemana el primer caso de la enfermedad que lleva su nombre, el de la famosa Augusta D.
En el primer cuarto de este siglo ya se había constituido el clásico cuarteto de la demencia presenil: enfermedad de Huntington, enfermedad de Pick, enfermedad de Alzheimer y enfermedad de Creutzfeldt-Jakob. Sin embargo, no había un interés evidente por estas enfermedades, especialmente en la literatura anglosajona, y no es hasta los años 50 cuando comienza en el mundo occidental un desarrollo importante del estudio de las demencias.
A partir de entonces se inicia una febril actividad investigadora sobre las demencias en todos los campos. Neurólogos, psiquiatras, geriatras, internistas, infectólogos, epidemiólogos y expertos en biología molecular y genética forman, entre otros, la legión de especialistas volcados en la investigación y problemática general de las demencias, y se describen algunas de nueva aparición, como la del complejo demencia-sida y la de la nueva variante de la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob.
Continúan el interés y la intensa actividad investigadora iniciadas en la segunda mitad del siglo XX.
Se asientan los criterios diagnósticos de consenso para las demencias más prevalentes, y se sientan las bases para un diagnóstico más precoz de las mismas, especialmente para la demencia debida a la enfermedad de Alzheimer, para cuyo tratamiento hay abiertas en la actualidad varias vías de investigación bastante prometedoras en el campo de la inmunoterapia.
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