El síndrome de piernas inquietas es un trastorno neurológico prevalente, afectando a entre el 5 % y el 10 % de la población europea. Su incidencia es más notable en mujeres, con un aumento significativo en riesgo a medida que avanza la edad, llegando a afectar a hasta un 20 % de la población anciana.
Descrito por primera vez en 1672 por Sir Thomas Willis como una perturbación incontrolable de las extremidades, el síndrome de piernas inquietas se caracteriza por la necesidad imperiosa de mover las piernas, acompañada de sensaciones desagradables e inquietud. Dada su tendencia a perturbar el sueño, surge la interrogante sobre si este síndrome no solo afecta a la calidad de vida, sino también si tiene repercusiones en las funciones cognitivas y, eventualmente, en la neurodegeneración y la enfermedad de Alzheimer.
Investigaciones recientes sugieren una posible vinculación entre el síndrome de piernas inquietas y el metabolismo del hierro, aunque la relación precisa con los niveles de hierro, ya sea en el sistema nervioso central o periférico, aún no está totalmente esclarecida. Estudios en animales sugieren que la deficiencia de hierro cerebral altera la actividad de neurotransmisores, particularmente aquellos asociados al glutamato, un neurotransmisor vinculado a la ansiedad.
Además de las implicaciones del hierro, existe evidencia de disfunciones en los neurotransmisores, respaldada por la notable respuesta positiva al tratamiento dopaminérgico. A pesar de esta respuesta clínica, los mecanismos exactos detrás de esta mejoría no están completamente comprendidos, sugiriéndose una posible modulación de la deficiencia de dopamina a nivel de las redes neuronales.
La influencia del síndrome de piernas inquietas en las funciones cognitivas ha sido objeto de diversos estudios, revelando variaciones en el rendimiento cognitivo, especialmente en la atención, memoria verbal, fluidez verbal y funciones ejecutivas. Algunos estudios sugieren que estas alteraciones son más notorias en personas mayores y con sintomatología más grave, aunque existen hallazgos contradictorios que atribuyen estas variaciones a fluctuaciones circadianas.
Los efectos del tratamiento farmacológico dopaminérgico en la cognición también son motivo de debate, con algunos informes sugiriendo un rendimiento deficiente en la toma de decisiones y la flexibilidad cognitiva incluso con medicación. Sin embargo, la mayoría de los estudios no encuentran diferencias significativas en el rendimiento cognitivo entre pacientes con síndrome de piernas inquietas leve y controles sanos, ya sea medicados o no.
A pesar de la controversia, un metaanálisis reciente sugiere una afectación en las funciones cognitivas, especialmente en la cognición global y la atención. Sin embargo, la evidencia actual no es suficiente para establecer una relación directa entre el síndrome de piernas inquietas y la enfermedad de Alzheimer. Se necesita más investigación, como lo indica un estudio reciente que sugiere déficits en calidad del sueño y función cognitiva en personas con enfermedad de Parkinson y síndrome de piernas inquietas, aunque la afectación cognitiva no parece atribuirse a la calidad del sueño.
En conclusión, las personas con síndrome de piernas inquietas leve aparentemente no muestran disfunción cognitiva ni depresión, y no hay evidencia concluyente de que el síndrome de piernas inquietas sea un factor de riesgo para la enfermedad de Alzheimer. No obstante, se requieren estudios epidemiológicos más extensos para abordar posibles asociaciones con ansiedad y depresión, destacando la necesidad de una comprensión más completa de esta compleja relación entre el síndrome de piernas inquietas y la salud cognitiva.
Dr. Secundino López Pousa
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