El hierro es el metal más abundante en el cuerpo de los seres humanos. Participa en numerosas funciones esenciales, siendo imprescindible en el transporte del oxígeno a través de la hemoglobina y en el mantenimiento de la actividad eléctrica celular (transporte de electrones). El hierro también actúa en la síntesis del ácido desoxirribonucleico (necesario para el almacenamiento de la información hereditaria que portan los genes) y de numerosas sustancias a nivel del sistema nervioso que mantienen la actividad de algunos neurotransmisores (serotonina, dopamina y ácido gammaaminobutírico).
Se encuentra en la mayoría de los alimentos, aunque en muy diferentes proporciones, presentándose en dos formas: hemo (de origen animal) y no-hemo (de origen vegetal). El hierro hemo es abundante en productos animales (carne magra de aves, sardina, atún, jurel…) y sobre todo en algunas vísceras como el hígado y los riñones. Se absorbe en una proporción del 25 %. El hierro no-hemo se encuentra preferentemente en los alimentos vegetales (cereales, verduras, legumbres, frutas, etc.) y se absorbe con mayor dificultad, alrededor del 5 %. Los alimentos ricos en taninos como el vino tinto, el café, el té, el cacao y algunas infusiones dificultan la absorción del hierro.
Una dieta normal diaria suele contener alrededor de 15 mg (de 13 a 18 mg), de los cuales se suelen absorber entre 1 y 2 mgr. Una vez en el organismo, el hierro se almacena preferentemente en las células hepáticas, mayoritariamente en la ferritina, aunque también se puede encontrar en otros tejidos, sobre todo en el bazo y en la médula ósea.
La ingesta de hierro debe estar equilibrada con las posibles pérdidas, sobre todo por el aparato digestivo y en las mujeres durante la menstruación. Es muy importante este equilibrio ya que el hierro libre es capaz de generar radicales libres que son especialmente tóxicos a nivel neuronal.
La carencia de hierro es la más común de las deficiencias de todos los micronutrientes y la sufre alrededor del 25 % de la población. Aunque este porcentaje se eleva de un 40 a un 50 % en mujeres embarazadas, bebés y en niños en edad preescolar. La principal causa del déficit de hierro es una ingesta insuficiente del mismo a través de la dieta. Como segunda causa están los procesos orgánicos (enfermedades inflamatorias intestinales, pérdidas de sangre a nivel digestivo…) y el consumo de sustancias farmacológicas (fármacos antiácidos, antagonistas H2, inhibidores de la bomba de protones, aspirina, antiinflamatorios no esteroideos, entre otros). Las manifestaciones inmediatas más habituales de la falta de hierro son la fatiga, la debilidad motora y las alteraciones de la regulación de la temperatura corporal, pero a la larga pueden aparecer alteraciones autoinmunes y deterioro neurocognitivo.
La dieta habitual en los países desarrollados contiene una cantidad de hierro suficiente. Su absorción por parte del organismo suele ser ágil, dependiendo principalmente de dos factores: la cantidad de hierro que se encuentre en los alimentos y la capacidad de absorción intestinal. Si esta última es insuficiente, la expresión genética puede quedar afectada y causar alteraciones en el desarrollo celular, global y neuronal.
La deficiencia de hierro se ha asociado al desarrollo progresivo de algunas enfermedades neurodegenerativas, entre ellas la enfermedad de Parkinson y la enfermedad de Alzheimer.
Por otro lado, el exceso de hierro en la sangre (hemocromatosis) produce manifestaciones clínicas muy ligeras, generalmente en forma de molestias articulares (rigidez) y fatiga, lo que hace difícil sospechar esta enfermedad.
El sistema nervioso es muy dependiente del hierro, y tanto su deficiencia como su acúmulo excesivo son perjudiciales para el desarrollo neurológico. La carencia del metal conduce a hipoxia cerebral, afectando a la síntesis de los neurotransmisores y a la formación inadecuada de mielina, repercutiendo negativamente en la función cognitiva con alteraciones que evolucionan hacia el deterioro cognitivo y, más tarde, a la demencia.
La deficiencia de hierro durante la infancia produce un enlentecimiento de la velocidad de percepción y deteriora la compresión y expresividad, dificultando la compresión de conceptos cuantitativos. Se han observado, en adolescentes que presentaban déficits de hierro, niveles más bajos de comprensión y de lectura. La baja ingestión de hierro durante el embarazo se ha relacionado con un mayor riesgo de que el niño sufra un trastorno del neurodesarrollo.
En animales de experimentación, el déficit de hierro produce cambios significativos en la expresión genética, y anemia. Del mismo modo, la deficiencia de hierro durante el desarrollo humano provoca alteraciones neuronales que son especialmente notables a nivel del hipocampo, explicándose así las alteraciones cognitivas descritas en los primeros años de la vida (infancia y adolescencia) y a lo largo de toda la vida, sobre todo en la edad adulta. Los depósitos de hierro excesivos a nivel del sistema nervioso, van a provocar inflamación neuronal y la agregación anormal de proteínas, lo que conlleva una alteración progresiva de la función cognitiva.
Investigaciones recientes centradas en el estudio de la participación del hierro en la enfermedad de Alzheimer, que llevaron a cabo un análisis de los depósitos de hierro en el cerebro observaron cómo éstos se encontraban en algunas áreas cerebrales específicas (corteza cingulada anterior, corteza frontal media, corteza temporal inferior y corteza cerebelosa). Y aunque la carga de hierro estaba alterada, sin embargo, no se asociaba con la intensidad del deterioro cognitivo.
Los investigadores defienden que es la deficiencia de hierro, y no la anemia, la causante de la modificación de la estructura de los genes, produciendo un mayor riesgo de sufrir la enfermedad de Alzheimer.
La deficiencia de hierro en edad neonatal desencadena un proceso neurodegenerativo con alteración de la maduración neuronal, que va a causar alteraciones irreversibles. Es la responsable de las alteraciones genéticas que regulan la plasticidad sináptica y el crecimiento de las dendritas apicales en el hipocampo. De ahí que, para disminuir el riesgo de desarrollar procesos neurodegenerativos (entre ellos la enfermedad de Alzheimer), y posiblemente también del neurodesarrollo (como son los trastornos del espectro autista) sea necesario controlar la ingesta de hierro durante el embarazo y las primeras etapas del desarrollo.
Se ha observado que a lo largo de la vida, y sobre todo en edades avanzadas, existe una mayor acumulación de hierro a nivel cerebral, pero no parece que sea la responsable del deterioro cognitivo. Sin embargo, sí que es causa de un desequilibrio progresivo de los procesos antioxidantes, en los que también contribuyen alteraciones vasculares ligadas a la edad y otros procesos como la hipertensión, la diabetes o la dislipemia.
Dr. Secundino López Pousa
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