La estimulación cerebral se ha convertido en los últimos años en una de las novedades terapéuticas de mayor interés científico para el tratamiento de algunas patologías neurológicas y neuropsiquiátricas. De hecho, ha mostrado beneficios en enfermedades como el Parkinson, trastornos del movimiento (temblor esencial), algunas distonías y síndrome de Gilles de la Tourette entre otras, y también en el tratamiento de enfermedades neuropsiquiátricas como el trastorno obsesivo compulsivo, la depresión resistente al tratamiento o la esquizofrenia.
La estimulación cerebral consiste en activar las neuronas cerebrales para que puedan realizar las funciones que tienen programadas utilizando un estimulador que provoca la despolarización de la membrana neuronal. Se puede llevar a cabo de manera no invasiva o invasiva.
En la estimulación no invasiva, se colocan unos electrodos en el cuero cabelludo y a través de ellos se hace circular una corriente eléctrica continua de baja intensidad, que fluye de un electrodo positivo a uno negativo o de retorno. De este modo, se forma un circuito magnético cerrado, que provoca la excitabilidad de la membrana neuronal. Existen varias técnicas para aplicar este método, de ellas, las más utilizadas son la estimulación magnética transcraneal repetitiva y la estimulación eléctrica transcraneal.
La estimulación invasiva, conocida como estimulación cerebral profunda, precisa una mínima intervención quirúrgica en la que se implantan los electrodos en las áreas específicas del cerebro. A través de los mismos, se envían impulsos eléctricos de alta frecuencia, que activarán las áreas neuronales seleccionadas. La intensidad y frecuencia de la estimulación eléctrica se controla a través de un generador externo que suele implantarse bajo la piel, generalmente en el pecho.
Las técnicas de estimulación cerebral no invasiva han sido y siguen siendo las más empleadas en el deterioro cognitivo. En la enfermedad de Alzheimer se han utilizado para el control de las alteraciones tanto cognitivas como conductuales. También hay experiencias en otras demencias.
En investigaciones realizadas en animales se han observado mejorías en el rendimiento cognitivo cuando la estimulación se realizaba de manera intermitente en núcleos específicos de la memoria. Sin embargo, los estudios llevados a cabo en humanos no muestran resultados tan alentadores en relación a la mejoría cognitiva global o de la memoria en personas diagnosticadas de enfermedad de Alzheimer. Una explicación de los resultados poco eficientes es la falta de unanimidad en los protocolos y, en este sentido, en dónde colocar los electrodos y si han de ser en uno o en los dos hemisferios, y también en relación al número y frecuencia de las sesiones, así como su intensidad y duración.
Recientemente, una publicación que recogía diferentes estudios en los que se valoró de manera global la mejoría cognitiva al aplicar la estimulación magnética no invasiva en personas que padecían diferentes enfermedades neuropsiquiátricas (esquizofrenia, depresión, demencia, enfermedad de Parkinson, accidente cerebrovascular, lesión cerebral traumática y esclerosis múltiple), mostró una ligera mejoría en tan solo dos áreas: la memoria de trabajo y la atención. Los autores concluyeron que, aunque es un tratamiento bien tolerado, sus beneficios son reducidos y muy selectivos y que, a su criterio, solo debería de aplicarse cuando el objetivo es conseguir una ligera mejoría en la memoria de trabajo o en la atención.
En general, la aplicación de estas técnicas es bien tolerada. En el caso de la estimulación cerebral no invasiva, los efectos secundarios descritos con mayor frecuencia han sido dolor de cabeza (debido a un aumento de la tensión en músculos craneales), crisis convulsivas (si existe un foco epileptogénico), incomodidad o fatiga. En el caso de llevar implantes cocleares se aconseja la utilización de tapones durante el procedimiento de estimulación ya que puede producir pérdidas auditivas.
Las complicaciones son más frecuentes en la estimulación magnética invasiva, y entre ellas se destacan la hemorragia intracerebral, las convulsiones y la infección local producida por algún dispositivo. Se han descrito casos aislados relacionados con la cirugía como la trombosis venosa profunda, embolia pulmonar e incluso neumonía.
Podríamos concluir, que, hasta el momento actual, el resultado de los diferentes estudios realizados en relación a la utilización de la estimulación cerebral para mejorar las alteraciones cognitivas asociadas al envejecimiento y a diferentes patologías como en la enfermedad de Alzheimer, no ha sido concluyente. En gran medida, estos resultados negativos, podrían estar relacionados tanto con por la disparidad metodología empleada como con el tipo de impulso eléctrico que se aplica en relación con la edad y el grado de afectación cognitiva.
Posiblemente, estudios futuros, realizados con una metodología estandarizada, permitirán orientar mejor el tipo de técnica más adecuado para cada patología.
Dr. Secundino López Pousa
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