El cannabis, más conocido como marihuana o «hierba», está considerado como una droga ilegal, y su consumo está prohibido en la mayoría de los estados. Durante siglos, en los países con mayor producción (Asia y Oriente Medio), fue utilizado industrialmente (fines textiles, aceite…) y también con fines terapéuticos (anticonvulsivo, antiinflamatorio, antioxidante o neuroprotector).
Se extrae de la planta Cannabis sativa, que contiene más de 60 cannabinoides, de los cuales el principio activo más importante es el tetrahidrocannabinol, que en los humanos actúa sobre receptores específicos que se encuentran en las neuronas del sistema nervioso (receptores cannabinoides 1 a nivel cerebral y receptores cannabinoides 2 a nivel periférico).
La industria farmacéutica ha desarrollado fármacos cannabinoides con la intención de ser utilizados con fines terapéuticos a partir de extractos de la planta. Algunos de ellos fueron aprobados por la Administración de Alimentos y Medicamentos en los Estados Unidos, como la nabilona para el tratamiento de náuseas y vómitos asociados a la quimioterapia, el dronabinol para el tratamiento de la anorexia que aparece en personas que sufren el síndrome de inmunodeficiencia adquirida y el epidiolex para el tratamiento de la epilepsia resistente a otros fármacos.
La forma más común de consumir cannabis es tomándolo, aunque también se inhala, inyecta y toma por vía oral. El motivo más importante para la prohibición de su consumo ha sido los efectos adversos y tóxicos en los diferentes sistemas. A nivel psiquiátrico puede producir psicosis, agitación, ansiedad, irritabilidad, confusión, ataques de pánico, agresividad, comportamiento y pensamiento desorganizados, alucinaciones, ilusiones, paranoia e ideas de suicidio, entre otros. También se han observado síntomas a nivel cardiovascular (hipertensión, taquicardia, dolor de pecho, infarto de miocardio, arritmia y riesgo de sufrir enfermedades cerebrovasculares tanto isquémicas como hemorrágicas), neurológico (cefalea, convulsiones generalizadas, somnolencia, nistagmos, ataxia…) y digestivo (náuseas, vómitos, anorexia…). Aunque, con menor relevancia, también interacciona con algunos fármacos (antiepilépticos, warfarina, metadona y algunos inmunosupresores).
Se ha observado que el consumo de cannabis modifica el funcionamiento cognitivo, sobre todo cuando se inyecta, inhala o fuma y, menos, si se ingiere por vía oral. Su administración aguda produce una ligera disminución de la atención, de la impulsividad y reduce de manera moderada la memoria de trabajo y la episódica, produciendo también enlentecimiento de la velocidad de procesamiento y de la capacidad para planificar las actividades de la vida diaria y conseguir los objetivos previstos. Los estudios sobre su consumo a largo plazo señalan que los déficits cognitivos son moderados y pueden reducirse después de un período de abstinencia.
En las últimas décadas, diferentes investigaciones han evaluado los pros y los contras de la utilización de los cannabinoides en algunas enfermedades neurodegenerativas y en la enfermedad de Alzheimer. Los primeros estudios sobre la utilización de estas sustancias en la enfermad de Alzheimer se realizaron con análogos de la marihuana, fundamentalmente nabilona o dronabinol. Los investigadores observaron que los pacientes que habían sido tratados con estas sustancias habían mostrado disminución en la intensidad de las alteraciones conductuales y un incremento del apetito. En el año 2009, el Grupo Cochrane de Demencia realizó una revisión de todos los estudios publicados sobre la posible utilidad de uso en este tipo de patologías, y concluyó con un descarte de su utilidad, ya que no hallaron evidencia de la eficacia de los cannabinoides en el tratamiento de las alteraciones conductuales ni de otros parámetros de la demencia.
A pesar de ello, se han seguido realizando estudios, y algunas investigaciones publicadas han señalado la observación de beneficios en los cuadros clínicos de agitación, ansiedad, depresión, insomnio, agresividad, desgana, psicosis e incluso mejoría de la memoria.
Para concluir, actualmente no disponemos de evidencia suficiente para afirmar que el consumo de cannabis sea factor de riesgo para el desarrollo de la enfermedad de Alzheimer, aunque sí produce efectos agudos sobre la cognición. Hasta el momento los fármacos cannabinoides utilizados para el tratamiento de la enfermedad de Alzheimer no han mostrado beneficios salvo en casos aislados, en los que se ha señalado una reducción de algunos síntomas: alteraciones conductuales y apetito. No obstante se continua investigando si algunos compuestos cannabinoides podrían disminuir la toxicidad inducida por la sustancia beta amiloide cerebral y, de ser así, es posible que en un futuro puedan tener alguna contribución en la prevención de la enfermedad de Alzheimer.
Dr. Secundino López Pousa
Cómo citar esta página:
Utilizamos cookies para mejorar su experiencia de navegación y los servicios que le ofrecemos. Al clicar en «Aceptar», o si continúa navegando, usted reconoce que ha leído y comprendido nuestra política de privacidad, y que acepta el uso de nuestras cookies.