Pensamos que los ojos sufren cataratas cuando el cristalino se vuelve opaco y no permite una visión perfecta, percibiendo el entorno como si estuviese nublado. El cristalino, situado en la parte anterior de la cámara del ojo, actúa como una lente que permite enfocar correctamente los objetos que tenemos delante de nosotros. Salvo en las formas genéticas, su opacidad se produce de una manera progresiva, a lo largo de la vida, y sobre todo en el envejecimiento. El crecimiento de las células epiteliales que lo forman es la causa de la pérdida de la transparencia del cristalino, que con los años se va alargando llegando a provocar la opacidad progresiva y la consecuente dificultad de la visión.
Las personas con cataratas no solo sufren una pérdida de la agudeza visual para distancias moderadas o largas, sino que también muestran dificultad para leer, reconocer rostros y mirar la televisión. Presentan, además, una disminución en la percepción del contraste de los objetos, deslumbramiento ante estímulos luminosos, dificultad para reconocer los colores y alteraciones de la apreciación y reconocimiento de objetos relacionados con la movilidad.
Las cataratas congénitas se desarrollan en los primeros años de vida, estando generalmente ya presentes en el primer año. Cuando ocurren antes de los 55 años se consideran cataratas preseniles, y si aparecen después se denominan seniles o relacionadas con la edad. Aunque la mayoría de ellas están asociadas a la edad, hay algunas que pueden estar causadas por agresiones ambientales crónicas como el tabaquismo o la exposición crónica al humo de leña, y otras que se desarrollan en el contexto de algunos procesos clínicos, sobre todo los que cursan con hiperglucemia o con obesidad.
Realizar ejercicio, mantener niveles de vitamina D normalizados y realizar un consumo adecuado de vitaminas antioxidantes pueden reducir el riesgo de sufrir cataratas.
Dado que las cataratas están, en su gran mayoría, asociadas al envejecimiento, su prevalencia es muy elevada. Un estudio reciente, realizado a nivel mundial, mostró que un 88 % de la población mayor de 60 años presentaban cataratas frente al 1 % de la población menor de 40 años.
Teniendo en cuenta que el deterioro cognitivo y las cataratas se incrementan con la edad, se ha intentado buscar si existe alguna relación entre ambos procesos. Se parte de la hipótesis de que el deterioro sensorial visual conlleva un mayor aislamiento social, y con ello una disminución de la estimulación cognitiva, que podría aumentar el riesgo de deterioro cognitivo y, por tanto, de la enfermedad de Alzheimer.
Se ha observado que las personas con pérdida visual obtienen menores puntuaciones en las pruebas cognitivas, pero en algunas ocasiones estos resultados han sido atribuidos a la mala agudeza visual que conlleva mayor dificultad para interpretarlas. Sin embargo, los pacientes con deterioro cognitivo también realizan mal las tareas cognitivas que no requieren la visión, lo que sugiere que las dificultades visuales no siempre son las responsables del deterioro cognitivo.
Recientemente se han publicado los resultados de un estudio de larga evolución en el que se realizó una evaluación cognitiva a personas con cataratas, tanto a las que habían sido intervenidas, como a otras que no lo fueron. Esta investigación puso de manifiesto que las personas a las que se les había realizado la extracción de las cataratas presentaban un riesgo significativamente menor de desarrollar demencia. Estudios anteriores ya habían señalado que las alucinaciones visuales, que son frecuentes en algunos tipos de demencia, eran más comunes en pacientes con cataratas, y se comprobó que la cirugía de las mismas disminuía la frecuencia de las alucinaciones visuales, señalando, además, que tras la intervención se observaba una mejoría en el estado de ánimo y en la calidad de vida de estas personas.
El beneficio observado al intervenir a las personas con cataratas se ha atribuido a dos hechos. Por un lado, que al aumentar los estímulos visuales se normaliza la actividad neuronal, lo que permite que se detenga la degeneración neuronal de la corteza visual, e incluso que se recupere si estaba dañada. Por otra parte, porque estas personas tendrán la posibilidad de una mayor estimulación cognitiva, ya que, sin las limitaciones visuales, podrán desarrollar más actividades sociales y más ejercicio físico, factores protectores en el desarrollo del deterioro cognitivo y de la enfermedad de Alzheimer.
Dr. Secundino López Pousa
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