Es casi seguro, que la mayoría de nosotros habremos tenido alguna experiencia utilizando la miel, bien como alimento o como producto para la salud, calmando molestias faríngeas (miel con limón) y molestias digestivas (pesadez, hinchazón), aliviando el daño de una quemadura, o como ayuda para evitar infecciones de las úlceras de la piel. Los efectos saludables de la miel se deben a su capacidad antioxidante, antiproliferativa y antibacteriana, y sus beneficios son conocidos desde hace miles de años, tanto por su valor nutritivo como por ser un remedio medicinal. Existe documentación sobre la utilización de la misma como alimento, que se remonta a 8000 años a. C., y como agente terapéutico, a 4500 años a. C., sobre todo en la curación de las heridas.
La mayoría de las mieles son producidas por las diferentes variedades de las abejas Apis mellifera. Utilizan el néctar y los exudados sacarinos de algunas plantas, y los transforman y combinan con otras sustancias específicas que las mismas abejas generan. Todo ello se almacena y madura en panales, que posteriormente son manipulados por los apicultores para elaborar la miel. Atendiendo a las especies florales del lugar donde se han recogido, la miel se clasifica como monofloral o multifloral. La monofloral se elabora principalmente a partir del néctar de un solo tipo de flor (miel de romero, miel de castaño, miel de lavanda, miel de brezo, miel de azahar, miel de tomillo, miel de flores de naranja, miel de acacia, miel de Manuka, entre otras), mientras que la miel multifloral, como su nombre indica, se produce en comarcas con diversos tipos de flores silvestres (miel de Mercadal, miel de Anta, miel de Guadiala, miel de la Alcarria, miel de Tualang, entre otras). Por lo tanto, es de gran interés conocer el lugar de origen y el tipo de miel para poder identificar sus propiedades saludables.
Existen varios factores que explican la diferente composición de la miel: el lugar de procedencia, el tipo de abeja, los tipos de flores, zona geográfica, factores ambientales del año y, también, y de manera muy importante, del modo en que ha sido procesada. Aún así, todas las mieles contienen mayoritariamente azúcares (el 80 %, de los cuales, aproximadamente el 45% es fructuosa, el 40% glucosa, el 5% sacarosa y el resto otros azúcares), agua (17 %), proteínas, enzimas, minerales (calcio, magnesio, hierro, selenio, zinc, molibdeno, entre otros), vitaminas (A, E, K, B1, B2, B6, C), aminoácidos (arginina, cisteína, ácido glutámico, ácido aspártico y prolina) y una amplia gama de polifenoles. Son estos últimos compuestos a los que se les atribuyen los efectos benéficos para la salud observados tanto en la prevención como en el tratamiento de algunas enfermedades como el cáncer, o en la mejoría de los sistemas reproductivos.
Las propiedades saludables de la miel se atribuyen fundamentalmente a las propiedades antioxidantes de algunos de sus componentes (catalasa, glucosa oxidasa, peroxidasa, ácido ascórbico, α-tocoferol, carotenoides, aminoácidos, proteínas, flavonoides y ácidos fenólicos) y, dependiendo de la proporción de cada uno de ellos, los efectos saludables pueden ser más importantes a nivel cardiaco, hepático, circulatorio (hipertensión), metabólico (glucemia) y sistema reproductivo (infertilidad) entre otros.
La ingesta oral de la miel cruda es utilizada fundamentalmente para tratar el insomnio, la anorexia, las aftas bucales, el estreñimiento, la osteoporosis y la laringitis, y la aplicación directa sobre la piel es un recurso en la cura de las úlceras de la piel, pie de atleta, eccema, llagas en los labios y heridas estériles e infectadas, llagas por decúbito y en quemaduras.
También se han descrito beneficios de esta sustancia sobre la cognición por diferentes mecanismos. Por un lado, gracias a las propiedades antioxidantes y antiinflamatorias de algunos de sus componentes como a la acción directa sobre la enzima cerebral acetilcolinesterasa (anti-acetilcolinesterasa), a la que inhibe, al igual que lo hacen los fármacos que utilizamos habitualmente en el tratamiento de las demencias. Estos beneficios fueron constatados en animales de experimentación, a los que se les administraba un suplemento de miel de Tualang, observándose un efecto neuroprotector en los trastornos neurodegenerativos, ya que protege la viabilidad de las neuronas del hipocampo, mejorando el rendimiento de la memoria en las ratas envejecidas.
En general los efectos beneficiosos de la miel a nivel cognitivo se atribuyen a los flavonoides que contienen, y sobre todo a alguno de ellos como la apigenina, la catequina y el kaempferol. Todo él tiene propiedades neuroprotectoras. La apigenina estimula el desarrollo neuronal, lo que se traduce en una mayor habilidad para el aprendizaje y mejoría de la memoria, la catequina modula la supervivencia neuronal y el kaempferol frena la muerte neuronal. Todos ellos han mostrado eficacia en la función cognitiva y también en el estado de ánimo, aliviando los síntomas depresivos. El efecto beneficioso de los flavonoides es bien conocido y ha sido descrita y estudiada su presencia en diferentes hojas y frutos de muchas plantas, y así la catequina se encuentra en dosis elevadas en el té verde, y a ella se le atribuye el efecto protector que tiene esta bebida en la enfermad de Alzheimer, en la que retrasa la perdida de la memoria y la atrofia cerebral relacionada con la edad. En el mismo sentido el ácido cafeico, un potente antioxidante, también presente en la miel, al igual que en el café y en diferentes frutas y verduras, aumenta la actividad de la acetilcolina en la corteza cerebral, y en el hipotálamo, favoreciendo la actividad cognitiva.
No existen estudios específicos sobre la utilidad de la miel en la prevención y desarrollo de la enfermedad de Alzheimer realizados en la población humana. Sí conocemos, al igual que ocurre con el efecto de diferentes plantas y alimentos, que la miel, además de su acción nutritiva, puede aliviar algunas molestias y secuelas de la enfermedad. Es a través de los estudios efectuados en animales de experimentación como hemos constatado los efectos beneficiosos de la miel cruda como ansiolítico, anticonvulsivo y antidepresivo, por medio de la reducción del estrés oxidativo del cerebro, que ayuda en la activación de la circulación sanguínea y protección de la actividad neuronal. Aunque no existe una dosis recomendable, tanto por los estudios en animales de experimentación como por la composición de la mayoría de las mieles, parece aconsejable que desde el punto de vista saludable para activar la cognición, se deberían de consumir al menos dos cucharadas soperas al día. El tipo de miel más estudiada y más referenciada en relación a los efectos neuroprotectores señalados es la variedad «Tualang de Malasia», rica en flavonoides, a los que se atribuye la mejoría del aprendizaje y la memoria observada en los animales.
Dr. Secundino López Pousa
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