La mayoría de la población conoce la importancia que tiene la vitamina D en el crecimiento esquelético y en la salud de los huesos. Por ello, los padres se preocupan de que sus hijos la consuman adecuadamente, ya saben que una deficiencia severa de la misma favorece la aparición de raquitismo en los niños y de diferentes enfermedades óseas en la edad adulta. La ingesta diaria adecuada de vitamina D en la población adulta se sitúa alrededor de los 10 microgramos durante todo el año.
La principal fuente de vitamina D es la exposición de la piel a la luz solar. Se genera hasta un 90% con una exposición, entre 10 y 15 minutos, de la cara, los brazos y las piernas al sol, tres veces por semana. Pero para que se produzca la síntesis cutánea de vitamina D, la luz solar ha de tener un nivel de ultravioletas adecuado. En nuestro medio, este nivel disminuye de una manera considerable durante los meses invernales (octubre hasta abril), en los que la producción de vitamina D a través de la piel se reduce e incluso desaparece. Con la edad, la capacidad de la piel para sintetizar vitamina D baja progresivamente, y a partir de la tercera edad se produce aproximadamente la mitad. No todos los expertos están de acuerdo en que la exposición al sol sea la mejor manera de obtener la vitamina D, ya que la radiación ultravioleta es un carcinógeno cutáneo, por ello algunos médicos recomiendan el consumo de vitamina D a través de la alimentación.
La mayoría de las dietas no proporcionan la cantidad diaria necesaria de vitamina D, siendo más evidente en los lugares donde los alimentos contienden bajas concentraciones de la vitamina y en aquellas personas que padecen enfermedades que les afectan a la absorción intestinal. Es por ello por lo que a menudo se hace necesario la administración oral de vitamina D.
Los alimentos que contienen mayor cantidad de vitamina D son el pescado azul (sardinas, arenque, atún, caballa, salmón y aceite de hígado de bacalao), la yema de huevo, las carnes rojas, los hongos shiitake, el hígado en general y casi todas las vísceras. La edad avanzada no modifica la absorción intestinal de vitamina D.
La deficiencia de vitamina D provoca en los niños raquitismo y en toda la población osteoporosis, así como una mayor incidencia de caídas y de fracturas, alteraciones en la circulación sanguínea (sobre todo rigidez de las arterias), aumento del grosor de los músculos cardiacos, hipertensión e hiperlipidemia y descompensación de la diabetes, siendo además un factor de riesgo para el desarrollo de algunos cánceres.
Estudios muy recientes realizados en animales de experimentación que sufren la enfermedad de Alzheimer, señalan cómo la vitamina D puede estar implicada en las fases tempranas del desarrollo de la misma, actuando en el área del hipocampo, que es donde se inicia la enfermedad, como reguladora de la neurogénesis. Se observó que los animales que tenían déficit de vitamina D desarrollaban las placas de amiloide, responsables de la enfermedad de Alzheimer, al mismo tiempo que empeoraban su memoria. Cuando se les aumentaba la dosis de vitamina D el proceso revertía. Los investigadores mostraron que la suplementación con alto contenido de vitamina D era eficaz en la enfermedad de Alzheimer en la mejora de la memoria de trabajo y de la neurogénesis endógena, solo cuando se administraba a los animales antes de la aparición de los síntomas principales. No hay evidencia de ello en los humanos.
En diferentes estudios realizados en grupos extensos de población, comparando personas con niveles bajos de vitamina D con otras con niveles adecuados, se ha puesto de manifiesto la mayor predisposición del primer grupo para desarrollar deterioro cognitivo, observándose en algunos estudios una asociación entre los niveles de vitamina D y la cognición. Estos déficits consisten sobre todo en un bajo rendimiento en la memoria y en las habilidades de la vida diaria, y mayor lentitud a la hora de procesar la información. Algunos investigadores han constatado que concentraciones elevadas de vitamina D se asociaban a mayores habilidades cognitivas.
A pesar de que está demostrado que las personas que padecen enfermedad de Alzheimer presentan concentraciones más bajas de vitamina D en comparación con otros grupos poblacionales, y que algunos estudios longitudinales de larga duración (hasta de 30 años de seguimiento) hayan observado una clara asociación entre los niveles bajos de vitamina D y el riesgo de esta enfermedad, no existe un acuerdo unánime respecto a si esta vitamina está implicada en el desarrollo de la misma. Sin embargo, en todos los estudios realizados en mujeres se ha observado una clara asociación entre la hipovitaminosis D y el deterioro cognitivo. También se ha publicado la asociación clara entre los niveles de vitamina D en personas de 65 años o más y la función cognitiva.
Existen pocos estudios que se hayan centrado en la investigación del efecto positivo de una toma diaria complementaria de vitamina D en las personas que sufren enfermedad de Alzheimer. Hasta el momento actual no se han observado claros beneficios, aunque sí en algunos casos una ligera mejoría.
Mientras que la suplementación con vitamina D en los animales de experimentación mejora sus funciones cognitivas a la vez que disminuyen los componentes tóxicos de la enfermedad de Alzheimer, en los humanos solo existe una clara evidencia de que en la población de edad avanzada la insuficiencia de vitamina D se asocia con el deterioro cognitivo.
El 80% de la población de mayores de 65 años en España presentan niveles bajos de Vitamina D (con niveles en suero por debajo de 20 ng/ml). El Instituto de Medicina de Estados Unidos recomienda la ingesta diaria de 800 UI de esta vitamina, con esta dosis el 97.5% de las personas alcanzarán el nivel adecuado de la misma y, además de evitar el deterioro cognitivo, ayudará a mantener la fuerza muscular y disminuir las caídas.
Dr. Secundino López Pousa
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