Existe un interés reciente en la investigación, en el estudio de la relación entre la microbiota intestinal y las enfermedades neurológicas como la enfermedad de Alzheimer y otras, destacando enfermedad de Parkinson, neuromielitis óptica, esclerosis múltiple y la epilepsia. También en enfermedades de la salud mental como la depresión y la esquizofrenia.
Los resultados de la mayoría de estos estudios señalan que estas enfermedades se desarrollan a través de los años y como consecuencia de un daño neuronal continuado, provocado por diferentes sustancias tóxicas generadas a nivel de la flora intestinal, que atraviesan la pared del intestino y llegan al torrente circulatorio. Una vez que circulan por la sangre llegan a los diferentes órganos, entre ellos el cerebro, donde provocan de una manera continuada lesiones inflamatorias tanto a nivel neuronal como de otros sistemas celulares.
Cada vez es más frecuente el uso del concepto «eje microbiota-intestino-cerebro», que resalta la importancia de cómo los organismos que viven a nivel intestinal juegan un papel relevante en el desarrollo de la actividad cerebral. Una pregunta que nos hacemos es si una alimentación inadecuada y mantenida a través de los años, puede ser responsable del desarrollo progresivo de la enfermad de Alzheimer, y posteriormente de una demencia.
La microbiota intestinal está formada por un conjunto de microorganismos, fundamentalmente son bacterias, hongos y virus que se encuentran en el intestino. Además de la digestión y de la producción de nutrientes, la flora intestinal realiza otras funciones, también trascendentales, como la protección contra las infecciones y la estimulación del sistema inmunológico. Su composición es variable, en relación a la genética y la etapa de la vida, y a otros factores externos como la alimentación, las infecciones, los medicamentos y factores estresantes y ambientales, entre otros.
Actualmente, sabemos que existe una red nerviosa de comunicación bidireccional denominada «eje intestino-cerebro» que conecta el sistema nervioso central con el sistema nervioso intestinal. Una mala regulación entre ambos sistemas, puede provocar la alteración de la actividad de la flora intestinal y la actividad de los neurotransmisores que actúan a nivel cerebral. En animales de experimentación se ha comprobado que la alteración de la flora intestinal modifica la actividad del hipocampo cerebral, desencadenando la excitabilidad neuronal; este fenómeno también se ha observado en algunas enfermedades neurológicas, como la enfermedad de Alzheimer, la epilepsia y la ansiedad. En este sentido, se ha podido constatar que la realización de una intervención dietética con «probióticos» puede modificar la actividad neuronal. Estas observaciones sugieren la utilidad de la suplementación con prebióticos o probióticos para mejorar los síntomas cognitivos asociados con enfermedades neurológicas, que van desde el autismo hasta las enfermedades de Alzheimer y de Parkinson.
Se han realizado estudios de las heces de pacientes que padecen la enfermedad de Alzheimer, que han revelado la existencia en las mismas de una disminución de algunas bacterias (Firmicutes y Bifidobacterium) junto con un aumento de otras (Bacteroidetes). Estas observaciones han llevado a sospechar una relación entre ambos procesos, y que esta disfunción puede aumentar el riesgo de demencia.
Aunque no existe evidencia científica suficiente para afirmar que los probióticos actuales, que generalmente están compuestos de Lactobacillus y Bifidobacterium, sean útiles en la enfermedad de Alzheimer, sí se ha observado en algunos ensayos controlados aleatorios, que utilizaron estas sustancias en pacientes que padecían desde un deterioro cognitivo leve a enfermedad de Alzheimer, una mejoría clínica tanto a nivel de la cognición, como en el estado de ánimo y en las alteraciones conductuales.
Los probióticos son microbios responsables de la producción de sustancias que reducen los procesos inflamatorios y las enfermedades relacionadas con ellos, de ahí que sean también denominados «microbios buenos». Para favorecer este equilibrio intestinal y tener una flora sana es necesario el consumo diario a través de la dieta de una cantidad suficiente de prebióticos. Como ya se ha comentado anteriormente, los bacilos, más comunes y conocidos, que tienen efecto protector son las bifidobacterias y los Lactobacillus, éstos se encuentran de forma abundante en las verduras, en el yogur y en los quesos fermentados. Con una dieta variada podemos conseguir una buena variedad de cepas de microbiota, pero la realización de malos hábitos alimenticios, el consumo de antibióticos y el estrés pueden comprometer la microbiota o alterar su composición, creando un desequilibrio que pone en riesgo nuestra salud.
Todos estos hallazgos, refuerzan la idea de la importancia de la realización de una alimentación adecuada como primer paso para evitar el desarrollo de la enfermedad de Alzheimer. Algunas dietas, aconsejadas hasta ahora como saludables, como es la dieta mediterránea, o sustancias como la curcumina y los prebióticos, pueden ralentizar el deterioro cognitivo debido a su capacidad para modificar la microbiota intestinal.
Aunque no se han publicado ensayos específicos que evalúen la microbiota intestinal en la enfermedad de Alzheimer, existe evidencia científica suficiente de que tanto el consumo de una dieta rica en fibra y baja en grasas, como la utilización de prebióticos disminuyen la neuroinflamación en la enfermedad de Alzheimer y, por lo tanto, ayudan a mejorar sus síntomas neurológicos y neuropsiquiátricos.
Dr. Secundino López Pousa
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