Durante muchos años la vitamina E se utilizó ampliamente en el tratamiento de las personas que padecían enfermedad de Alzheimer, con la intención de reducir la progresión y las posibles complicaciones de la enfermedad.
Sin embargo, su prescripción en los últimos años para el tratamiento de esta enfermedad se ha reducido considerablemente, a pesar de que existe evidencia científica que apoya que las personas que padecen la enfermedad de Alzheimer muestran niveles significativamente más bajos de vitamina E, tanto en el sistema circulatorio (plasma) como a nivel cerebral (líquido cefalorraquídeo), en comparación con la población sana.
Sabemos que las personas libres de la enfermedad que tienen niveles plasmáticos bajos de vitamina E son más propensas a desarrollar en el futuro la enfermedad de Alzheimer.
Cuando se han administrado suplementos de vitamina E en animales de laboratorio que padecían la enfermedad de Alzheimer, se ha observado que la memoria se mantiene durante un tiempo más prolongado, ya que este suplemento previene el daño oxidativo inducido por la enzima precursora de la beta amiloide (Aβ), responsable del daño neuronal y, por tanto, de la pérdida de memoria.
Los efectos beneficiosos de la vitamina E radican en su potente efecto antioxidante, con capacidad para detener los radicales libres que dañan las grasas, las proteínas y los genes. Como consecuencia de la oxidación de las grasas, el colesterol ligado a proteínas de baja densidad (LDL), también conocido como colesterol «malo», se adhiere más fácilmente a las paredes de los vasos sanguíneos, provocando lesiones vasculares.
Los radicales libres modifican las proteínas, que van perdiendo su efectividad y se vuelven tóxicas, provocando alteraciones en la membrana celular que conllevan a un aceleramiento del envejecimiento, con un incremento del riesgo de muerte celular. A nivel genético, los radicales libres inducen alteraciones que favorecen la aparición de procesos tumorales.
Desde hace más de 50 años, es conocida la potente capacidad antioxidante de la vitamina E y de sus isómeros (los tocoferoles y los tocotrienoles), por ese motivo fue ampliamente utilizada como una sustancia saludable. Se pensaba que era capaz de frenar o aminorar el desarrollo de procesos tumorales en diferentes zonas del cuerpo, como el pulmón, páncreas y matriz, y de algunos tumores de la familia de los sarcomas. También, que podía ser útil para frenar el desarrollo de las enfermedades neurodegenerativas, tanto de la enfermedad de Alzheimer como la de Parkinson.
Dentro de una dieta saludable, los adultos necesitamos consumir 15 mg diarios de vitamina E (tocoferol), que proviene sobre todo de la ingesta de aceites vegetales (de germen de trigo, de girasol, de maíz, de soja o de cártamo, entre otros), granos, frutos secos (avellanas, almendras y nueces), hortalizas (espinaca y brócoli) y de varias semillas.
Los estudios realizados para evaluar el beneficio de la vitamina E en personas con enfermedad de Alzheimer han utilizado dosis generalmente más elevadas que las necesarias. Si tenemos en cuenta que 1 Unidad Internacional de la forma natural de Vitamina E equivale a 0,67 mgr y que 1 UI de la forma sintética equivale a 0,45 mgr, en estos estudios se prescribían comprimidos o capsulas que contenían entre 400 y 2000 UI / de Vitamina E (α-tocoferol).
Los resultados de los diferentes estudios realizados sobre la utilidad terapéutica de la vitamina E en personas con enfermedad de Alzheimer no mostraron beneficios después de una ingesta prolongada, generalmente mayor de tres años de la forma isoforma del α-tocoferol. Hay algunos investigadores que sugieren que, a pesar de estos resultados negativos, no existen pruebas suficientes para aceptar o rechazar la premisa de que la vitamina E en su forma natural (la que se consume en la dieta habitual) pueda ser eficaz en el retraso o prevención de la enfermedad de Alzheimer, y sostienen que es necesaria la realización de más investigaciones.
Recientemente, se han publicado las conclusiones de varios estudios que evaluaban la asociación entre los niveles plasmáticos de vitamina E y el riesgo genético de desarrollar la enfermedad de Alzheimer, sin encontrar resultados positivos que avalen que los niveles altos de esta vitamina disminuyan el riesgo genético de desarrollar la enfermad. La mayoría de los estudios no mostraron una asociación significativa entre los niveles de vitamina E y el riesgo de la enfermedad de Alzheimer, en personas de ascendencia europea.
La falta de unanimidad entre los investigadores, y la negatividad de la mayoría de los estudios realizados, explican la baja utilización de los suplementos de vitamina E con el objetivo de prevenir la demencia. No se aconseja, por tanto, actualmente, el uso de suplementos de vitamina E ni en las personas con deterioro cognitivo leve ni en las que ya sufren la enfermedad de Alzheimer.
Dr. Secundino López Pousa
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