En los últimos meses, a raíz de declarar la Organización Mundial de la Salud (OMS) la pandemia de la enfermedad por el coronavirus 2019 (COVID-19), la mayoría de los países, entre ellos España, decretaron, entre otras medidas, el aislamiento de la población en su lugar de residencia habitual.
El confinamiento en nuestro país se prolongó por tramos de dos semanas, desde el 15 de marzo hasta el 21 de junio.
Esta nueva situación, que nunca se había vivido hasta ahora, modificó sustancialmente nuestro modo de vivir. Se modificó el ritmo de las actividades de la vida diaria, se produjo aislamiento social y en una gran parte de la población se separaron diferentes miembros de la familia y de otros seres queridos. Asimismo, se produjeron restricciones en el acceso a los Servicios de Salud y en el apoyo social a las personas con patologías crónicas.
Todo ello, en diferente medida, y teniendo en cuenta la edad y la salud de cada persona, modificó notablemente los hábitos personales, sobre todo en lo que se refiere a la actividad física, a las horas de sueño, al tiempo de exposición a la televisión y a otros dispositivos digitales, así como el modo de alimentarnos, el consumo de fármacos ansiolíticos, y de sustancias tóxicas como alcohol o el tabaco, entre otras cosas.
Una de las poblaciones más vulnerables en estas circunstancias ha sido la que padece enfermedades neurodegenerativas, y de ellas especialmente el grupo de personas con deterioro cognitivo leve o moderado. En la valoración posconfinamiento de este grupo de personas se ha observado un agravamiento en la calidad de vida, y el debut de nuevos casos, ante la manifestación de síntomas que hasta ese momento eran poco evidentes.
Por otra parte, y tal como ha ocurrido en la población general, estas personas en mayor o menor grado han modificado el estado de ánimo, el estrés y el ritmo del sueño. En general en los pacientes con enfermedad de Alzheimer se ha observado pérdida cognitiva global, con mayor afectación en la orientación, en la memoria inmediata, en la atención y en el cálculo, con la aparición puntual de síntomas ansioso depresivos. En el examen neuropsicológico las pérdidas han superado a las esperadas para el curso habitual de la enfermedad, con caídas de entre un 20 y un 60 %.
A mayor gravedad de la enfermedad mayor afectación, siendo más vulnerables las personas que en la escala de deterioro global (GDS) puntuaban entre 5-6. Por el contario, los pacientes con enfermedad por depósitos de cuerpos de Lewy no han sufrido tanto en la pérdida de memoria ni en las funciones ejecutivas, pero sí han manifestado un notable incremento en los episodios confusionales, así como crisis de ansiedad, alteraciones del sueño y con frecuencia alucinaciones o falsas percepciones, y la falta de reconocimiento de su domicilio habitual, sobre todo por las tardes.
Las personas que padecen demencias mixtas, con componente vascular, han mostrado una pérdida global, pero no tan marcada como en las personas con deterioro propio de la enfermedad de Alzheimer, observándose sobre todo una mayor afectación para la marcha, mayores dificultades en los desplazamientos y falta de seguridad. Esta manifestación también se ha observado en personas que sufren enfermedad de Parkinson que, al estar recluidas, han tenido que reducir notablemente el ejercicio físico.
Aunque no disponemos de información sobre si se podrán recuperar las pérdidas cognitivas, reducir la alteraciones psicológicas y conductuales y volver a la actividad motora habitual, una vez que hemos vuelto a la vida normal, parece lógico y es de esperar que el cerebro recupere las capacidades perdidas, si somos capaces de realizar una estimulación cognitiva adecuada, incrementar el ejercicio físico y efectuar una alimentación adecuada que conlleve la normalización del peso.
De ahí que sea de una gran importancia que, tanto los familiares como los cuidadores que prestan los cuidados inmediatos, y también los servicios sociales y sanitarios encargados de proporcionar la atención continuada de la evolución de la enfermedad, valoren lo antes posible a estas personas y programen una intervención sobre los síntomas, y ofrezcan apoyo y recomendaciones a los cuidadores, para que se pueda planificar y prestar la mejor atención posible a estas personas intentando mejorar la calidad de vida para todos ellos.
Dr. Secundino López Pousa
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