Cuando una persona se precipita al suelo de modo repentino e involuntario, entendemos que ha sufrido una caída. La Real Academia Española de la Lengua define la caída como «la acción de moverse de arriba a abajo por el propio peso», y la Organización Mundial de la Salud como «la consecuencia de cualquier acontecimiento que precipita a la persona al suelo en contra de su voluntad».
Con independencia de la definición que tomemos en cuenta, es una realidad que las personas de edad avanzada sufren más caídas que las jóvenes, constituyendo la primera causa de lesiones, siendo las responsables de alrededor del 75% de las visitas médicas.
Pero, ¿tienen un mayor riesgo de caídas las personas que sufren deterioro cognitivo y demencia?
Es a partir de los 65 años cuando el riesgo anual de sufrir una caída aumenta considerablemente, pudiendo afectar hasta el 30 % de la población, siendo las mujeres más propensas a sufrirlas (alrededor del 40%), mientras que los hombres lo hacen en un 20 %. El riesgo se incrementa cuando la persona tiene una edad de 80 o más años, llegando a ser del 50 %.
Otro aspecto importante a tener en cuenta es que durante el año después de la primera caída existe un elevado riesgo de sufrir una segunda. El colectivo más vulnerable para sufrir caídas son aquellas personas que padecen depresión, enfermedades cardíacas, alteraciones de los nervios periféricos, alteraciones visuales, y las que consumen un elevado número de fármacos, sobre todo los sedantes.
Los pacientes diabéticos son especialmente vulnerables, sobre todo en estadios avanzados, cuando la diabetes se asocia a deterioro cognitivo, depresión, fragilidad e inestabilidad de la marcha. Las enfermedades cardíacas son las responsables de la tercera parte de las caídas, y están asociadas a los cuadros sincopales secundarios a las arritmias, a la hipotensión ortostática y a la posprandial.
Está demostrado que las personas que presentan deterioro cognitivo tienen un riesgo más alto de caerse, que llega hasta el doble comparado con el que tiene la población con edades similares, pero sin dichas alteraciones. Estas cifras se elevan aún más en las personas que sufren la enfermedad de Alzheimer. Es una realidad que, en centros residenciales, y a pesar de las medidas de protección, este colectivo sufre un promedio de 4 caídas al año, el doble del que sufren el resto de los residentes, que se caen unas dos veces.
En una población tan envejecida, las caídas se han convertido en un problema importante de salud, que ha repercutido en una especial atención al estudio de sus causas y al modo de prevenirlas. Fruto de ello, ahora sabemos que la mayoría de las caídas son debidas a procesos degenerativos a nivel cerebral, se estudian y definen dentro del «síndrome de riesgo cognitivo motor».
Desde la perspectiva del campo de la Neurología, se describen cinco factores relacionados con la vulnerabilidad para sufrir caídas: fatiga, lentitud, debilidad, pérdida de peso y bajo nivel de actividad. Los estudios realizados en centros residenciales, en personas que sufrían deterioro cognitivo y enfermedad de Alzheimer, han observado diferentes situaciones que aumentan el riesgo de caídas, como tener un peso incorrecto, arrastrar los pies cuando se movilizan, tropezarse o golpearse a menudo con objetos que encuentran a su paso, padecer dificultades visuales y también el olvido o la pérdida de soportes (bastón o un andador) que eran utilizados de una manera rutinaria.
La prevención no es fácil, y es necesaria la implicación de todos y el análisis tanto individual como colectivo de las situaciones. Es muy importante evitar objetos con los que se puedan tropezar estas personas, tanto en los domicilios como en las residencias, como son las alfombras sueltas y los elementos decorativos que puedan distraer la atención.
Por otra parte, la iluminación de las estancias ha de ser adecuada, y los objetos de uso común han de estar al alcance de la mano. En las ciudades, sería muy beneficiosa la instalación de dispositivos que supervisaran el estado del pavimento, sobre todo asegurándose de la ausencia de grietas y de presentar características antideslizantes. Todos los edificios públicos y privados deberían disponer de pasamanos y barras de apoyo en las escaleras, los aseos y los pasillos alargados.
A la hora de la movilidad, siempre se debe utilizar calzado apropiado y, cuando sea necesario, dispositivos de asistencia como bastones, andadores y sillas de ruedas, las cuales están especialmente indicadas en aquellas situaciones en las que el equilibrio o la fatiga sean un problema.
Deben evitarse la hipotensión postural y los mareos, que en muchas ocasiones están asociados a los efectos secundarios de la polifarmacia, siendo recomendable reducir los fármacos a los mínimos posibles. Otra recomendación es la evitación de mantener cifras bajas de la presión arterial ya que una hipotensión mantenida en edades avanzadas puede condicionar la presencia de áreas de isquemia cerebral.
Dado que muchas de las caídas que sufren aquellos pacientes con demencia que tienen problemas de movilidad se producen al levantarse de la cama, se recomienda limitar la altura de las camas y disponer de barandillas que no sean muy alargadas, ya que han de estar concebidas para ofrecer seguridad, y no para restringir los movimientos de la persona. Esto obligará a realizar más lentamente el movimiento de incorporación, evitando la hipotensión y los mareos, y con ello las caídas.
En resumen, una barandilla de cama está concebida como un elemento de seguridad que no debe restringir los movimientos del usuario, sino protegerle de golpes y caídas, o bien ayudarle a levantarse y acostarse con el mínimo esfuerzo.
Dr. Secundino López Pousa
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