Autor: Dr. Secundino López Pousa. Médico especialista en Neurología. Miembro de la Sociedad Española de Neurología. Unidad de Neurociencias de la clínica Bofill de Girona.
El diccionario de la Real Academia Española define pandemia como «una enfermedad epidémica que se extiende a muchos países o que ataca a casi todos los individuos de una localidad o región». La Organización Mundial de la Salud (OMS) llama pandemia a la propagación mundial de una nueva enfermedad, y añade: «las pandemias más frecuentes son las debidas a la gripe cuando surge un nuevo virus gripal que se propaga por el mundo y la mayoría de las personas no tienen inmunidad contra él. Por lo común, los virus que han causado pandemias con anterioridad han provenido de virus gripales que infectan a los animales».
El día 11 de marzo la OMS declaró que el planeta sufría una nueva pandemia causada por un coronavirus que se mostraba altamente contagioso y por ello se había propagado fácilmente y además capaz de producir situaciones de enrome gravedad. Posiblemente, es la primera vez que una infección viral, hasta ahora desconocida, ha generado tanta preocupación a nivel mundial, golpeando de una manera brutal la economía de los países más industrializados.
Como ha ocurrido en otras ocasiones, un nuevo virus crea temor tanto en las autoridades sanitarias como en la población general y, al igual que ocurre en las grandes catástrofes, los medios de comunicación han priorizado este acontecimiento y mantienen en alerta de modo permanente a la población.
El virus causante, conocido como Coronavirus-2 del Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS-CoV-2), está condicionando nuestras vidas y, posiblemente, el modo futuro de abordar las enfermedades infecciosas a nivel global. La pregunta que nos hacemos es: ¿cómo puede afectar esta pandemia a las personas que sufren otras enfermedades y, en especial, a las personas que sufren la enfermedad de Alzheimer?
Todo ha ocurrido muy deprisa. De modo inesperado y sin que sepamos cómo, un virus de la familia de los betacoronavirus, muy similar a otros ya conocidos y que también causaban daños importantes en la población, por su capacidad para provocar afectaciones respiratorias graves, como fueron los agentes del síndrome respiratorio agudo severo (SARS) y del síndrome respiratorio del Medio Oriente (MERS), muta y da lugar al SARS-CoV-2.
El origen de la infección se sitúa en China, en un grupo familiar de la ciudad de Wuhan. Aunque inicialmente se pensó que el virus era de origen zoonótico (que provenía de algún animal), actualmente no se puede asegurar con exactitud que sea así ni qué animal está comprometido. Lo que sin duda conocemos es su elevada capacidad de contagio, transmitiéndose rápidamente de persona a persona, y propagándose a través de la familia y de los contactos cercanos. Inicialmente se extendió vertiginosamente entre la población en China, para posteriormente afectar a otros países.
Durante estos meses que SARS-CoV-2 lleva entre nosotros hemos aprendido muchas cosas de él. La primera, como ya hemos señalado, su fácil capacidad de contagio, incluso se sospecha que pueda trasmitirse antes de que aparezcan las primeras molestias, de ahí las medidas de contención que se han ido recomendando a lo largo de este tiempo. La segunda cosa, y muy importante, es que nuestro organismo se defiende por lo general bien de él, de modo que muchas personas pueden estar asintomáticas, y la mayoría mostrarán una afectación de leve a moderada, aunque existe una proporción variable pero significativa de casos que llegarán a una situación grave, con lo que la mortalidad global puede ser de un 2% aproximadamente. Lo tercero que sabemos es que, aunque el virus puede afectar en todas las edades, la mayoría de las personas infectadas han sido adultos de mediana edad y mayores de 60 años, siendo más numeroso en el sexo masculino.
Otro aspecto importante es que, en general, los síntomas iniciales son muy similares a un proceso gripal común, cursando con fiebre, mucosidad nasal, tos, estornudos, dolor de garganta, dolores musculares y en ocasiones cansancio o fatiga, con una duración aproximada de una semana o algunos días más. En algunos casos, los graves, el cuadro clínico puede evolucionar a una dificultad respiratoria con la presencia de un proceso neumónico vírico.
Entre las propiedades más negativas del virus destacan su fácil propagación, el tiempo de incubación, que es variable y asintomático, y no disponer de un fármaco para erradicarlo. Nos ha desconcertado su capacidad de viajar tan rápido por todos los países, mucho más de lo que hubiésemos deseado, aunque por otra parte era previsible teniendo en cuenta la globalización mundial, y nos alerta de lo vulnerables que somos en nuestro actual modo de vivir.
Respecto al tiempo de incubación, aún no se ha establecido con exactitud, se piensa que puede variar de horas hasta unos 14 días, y de ahí la dificultad de disponer de evidencia sobre la transmisión del virus antes del inicio de los primeros síntomas. Este funcionamiento difiere del de las infecciones bacterianas, a las que estamos acostumbrados, las conocemos mejor y disponemos de protocolos de actuación bien establecidos. Con los virus es diferente, se transmiten más rápidamente, se modifican con facilidad y se disponen de menor número de fármacos para su tratamiento, siendo más costosos y más difíciles de generar.
Las autoridades sanitarias de cada país, ante este escenario tan alarmante, han establecido recomendaciones y normas dirigidas tanto para la identificación y tratamiento de las personas infectadas como para la prevención y expansión del virus. Todas estas medidas, como hemos podido ver, se han ido modificando a lo largo del tiempo, adaptándose a las necesidades de cada entorno.
Como hemos señalado, el virus puede afectar en todas las edades, aunque la mayoría de las personas infectadas son adultos de mediana edad y mayores de 60 años, siendo más numeroso en el sexo masculino. En este grupo de población las personas con más riesgo son las que han sido o son fumadoras, las diabéticas, las hipertensas, las que sufren alguna enfermedad cardiovascular o algún proceso neoplásico, o enfermedad respiratoria crónica. En este grupo de población el riesgo es más elevado, ya que en ellos existe una reducción de la respuesta inmune, lo que facilita que el virus tenga la posibilidad de desarrollar neumonía vírica, que es la complicación más grave, ya que supone una insuficiencia respiratoria aguda.
En esa misma situación se encuentran los pacientes con inmunodepresión, tanto por inmunodeficiencia adquirida, como sería el caso del virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), o bien los inmunosuprimidos porque han sido trasplantados o porque reciben tratamiento inmunosupresor por otras patologías, como por tratamiento de la esclerosis múltiple, o la quimioterapia para el cáncer. Todos ellos deben extremar las medidas de protección.
Respecto a las mujeres embarazadas, aunque los datos son limitados y existe una evidencia limitada de lo ocurrido en otras infecciones graves debidas a otros coronavirus (SARS o MERS), la sintomatología de las infectadas por el SARS-CoV-2 ha sido similar a la observada en pacientes no embarazadas, aunque no puede descartarse que las mujeres embarazadas sean más susceptibles de sufrir infección por coronavirus.
El comportamiento del SARS-CoV-2 en los niños aún no está claro, pero en ellos, en comparación con los adultos infectados, la mayoría de los casos son asintomáticos o muestran síntomas muy leves, se recuperan rápidamente y del mismo modo eliminan el virus también muy prontamente y, por ello, tienen un mejor pronóstico.
La mayoría de las personas con enfermedad de Alzheimer desarrollan los trastornos cognitivos a partir de los 60 años, que precisamente es la edad de mayor riesgo, al mismo tiempo que un porcentaje elevado de las personas con alzhéimer sufren otros factores de riesgo que ya hemos señalado, que incluyen diabetes mellitus, hipertensión y enfermedad cardiovascular, y la insuficiencia respiratoria crónica, de ahí que también deba de ser considerada población de riesgo, sobre todo porque dentro de las complicaciones asociadas a la enfermedad figura como segunda causa la neumonía (61% de los casos), lo que conlleva ingresos hospitalarios frecuentes.
La detección del virus se ha llevado a cabo fundamentalmente en las áreas afectadas con especial atención en la evaluación de los viajeros que partían de ellas, sobre todo en aeropuertos, y en otros medios de transporte, como los grandes buques de recreo. Esta medida pretendía por un lado asegurar la evaluación médica de todas aquellas personas sospechosas de estar infectadas, sobre todo las que mostraban síntomas respiratorios (tos, disnea) y fiebre, con el fin de descartar o confirmar la infección, y al mismo tiempo se enseñaban las medidas de autocontrol que debían realizar los viajeros no enfermos.
Solo en casos excepcionales se han realizado evaluaciones sistemáticas de cribado a colectivos de población. Esto ha ocurrido cuando ha sido necesario identificar aquellas personas que habían estado en una zona con posibilidad de contagio, pero que aunque no presentaban síntomas, podían contagiar a otros. De este modo se podrían identificar y adoptar medidas de aislamiento rápidas. Al no disponer de una vacuna o de un tratamiento eficaz, todos los esfuerzos se han dirigido a la prevención.
Los medios de comunicación habituales (prensa, radio, televisión), los centros de trabajo, y los controles específicos en áreas estratégicas han difundido las medidas de prevención que deben adoptarse, y que son sobre todo la evitación de contacto con personas enfermas y la aplicación de las normas de higiene básicas de manos y de protección de las vías respiratorias.
Solo un pequeño porcentaje de las personas enfermas precisan ser tratados a nivel hospitalario, pudiendo la mayoría de los pacientes pasar la infección y recuperarse en su domicilio. En estas situaciones lo ideal, siempre que sea posible, y de acuerdo con las recomendaciones sanitarias difundidas, es que el paciente permanezca aislado en una zona de la casa, y si es posible que pueda disponer de un baño en exclusividad, que realice una buena higiene de las manos, evite la tos, y que utilice una mascarilla facial cuando esté en contacto con otras personas. Los individuos que conviven en el mismo domicilio que el enfermo, para evitar el contagio deben utilizar en su presencia una mascarilla, una bata y guantes, y lavarse las manos durante al menos 20 segundos con agua y jabón, o con un desinfectante para manos a base de alcohol (si es posible que contenga al menos un 60 % de alcohol).
Se debe además rechazar y no reutilizar todos los artículos utilizados por el paciente, eliminándolos en bolsas de basura específicas que se puedan atar o sellar antes de desechar en la basura doméstica. Como es lógico, durante el periodo de la infección los otros miembros de la casa no deberán compartir artículos personales como toallas, platos o utensilios sin que antes se haya realizado una limpieza adecuada. Se aconseja utilizar guantes desechables para manipular la ropa sucia, y que sea lavada y secada a temperaturas lo más altas posibles, teniendo en cuenta las instrucciones de lavado de los artículos.
Para la limpieza de la casa y de las superficies de contacto es recomendable el uso de una solución de lejía diluida o un desinfectante aprobado por la Agencia de Protección Ambiental de los EE. UU. (EPA). El periodo de aislamiento no se ha establecido. Dado que la duración del potencial de la infección se sitúa alrededor de los 14 días, sería aconsejable este tiempo, aunque debe de ser el profesional facultativo que le atiende el que debe de orientarle.
Todos, en un momento u otro, y a pesar de las medidas que se han ido adoptando, estamos expuestos a sufrir la infección. Por ello debemos prevenirla y seguir las recomendaciones sanitarias, sin olvidar que en el caso de presentar fiebre y síntomas respiratorios (tos o dificultad respiratoria), debemos consultar al facultativo de nuestra área sanitaria.
Es muy importante no propagar cualquier enfermedad respiratoria infecciosa, y para ello es necesario acostumbrarse a realizar una buena higiene de manos y de las vías respiratorias (cubrirse la boca y la nariz al toser y al estornudar), una limpieza adecuada de los utensilios y de las ropas, y una cocción adecuada de los alimentos.
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