Autor: Javier Tirapu Ustárroz, neuropsicólogo clínico y director científico de la Fundación Argibide para la promoción de la Salud Mental.
El término funciones ejecutivas (FFEE) fue acuñado por Lezak para hacer referencia a una constelación de capacidades implicadas en la formulación de metas, planificación para su logro y ejecución de la conducta de un modo eficaz. De acuerdo con esta autora, estas funciones ejecutivas se pueden agrupar en torno a una serie de componentes: las capacidades necesarias para formular metas (motivación, conciencia de sí mismo y modo en el que percibe su relación con el mundo), las facultades empleadas en la planificación de los procesos y las estrategias para lograr los objetivos (capacidad para adoptar una actitud abstracta, valorar las diferentes posibilidades y desarrollar un marco conceptual que permita dirigir la actividad), las habilidades implicadas en la ejecución de planes (capacidad para iniciar, proseguir y detener secuencias complejas de conducta de un modo ordenado e integrado) y las aptitudes para llevar a cabo esas actividades de un modo eficaz (controlar, corregir y autorregular el tiempo, la intensidad y otros aspectos cualitativos de la ejecución). Cuando se leen con detenimiento las distintas definiciones de funciones ejecutivas se puede observar que existe acuerdo en señalar que el término de funciones ejecutivas hace referencia de forma genérica al control de la cognición y a la regulación de la conducta a través de diferentes procesos cognitivos relacionados entre sí. Ahora bien, es preciso reconocer que en los últimos años este término se ha empleado para describir un conjunto demasiado amplio de procesos tales como la resolución de problemas, la planificación o la memoria prospectiva. De hecho se ha señalado con acierto que el término de funciones ejecutivas se ha convertido en un «paraguas conceptual» o en un «cajón de sastre», abarcando un conjunto tan amplio y variado de capacidades cognitivas que ha perdido operatividad.
La mayoría de descripciones de las funciones ejecutivas comparten los procesos básicos que señala Lezak, pero esta definición dista mucho de asentarse en terreno firme ya que contiene un «resumen» de las funciones cognitivas de alto nivel. En este sentido observaremos que la definición es un tanto vaga e imprecisa donde el argumento de regresión al infinito es perfectamente aplicable, es decir, que para que el funcionamiento ejecutivo se ponga en acción precisa de un ejecutivo interior previo y así hasta el infinito. En este sentido también puede existir una creencia implícita e ingenuamente tautológica entre el supuesto papel causal de los déficits ejecutivos en la ejecución de los «test frontales», dado que si bien parece un hecho más o menos contrastado la relación entre ambos hechos, no resulta del todo admisible establecer una relación de causa efecto siguiendo una argumentación del tipo «se ha producido una mala ejecución en las pruebas dada la existencia de disfunciones ejecutivas previas», lo cual es asumido y demostrado «evidentemente» por la propia ejecución en los test. Tal afirmación ejemplifica el error lógico definido como «petición de principio» por Aristóteles.
Otro aspecto conceptual relevante es aquel que plantea que las funciones ejecutivas deben ser concebidas desde una perspectiva más «dimensional» que «categorial», así uno debe preguntarse si estas funciones pueden verse afectadas en diferentes circunstancias, lo cual nos llevaría a plantearnos una inconsistencia del funcionamiento ejecutivo. En esta línea Montgomery señala que las personas afectadas por daño cerebral muestran esta inconsistencia en su funcionamiento ejecutivo en diferentes circunstancias, y dicha inconsistencia debe ser atribuida a una interacción de déficits neuropsicológicos con otros factores de índole personal (pensamientos negativos, tensión, arousal, fatiga, síntomas físicos) y situacionales (demandas que requieren atención compleja, demandas de procesamiento rápido, distracciones externas o focalización de la atención a aspectos preferentes de la conciencia). Nosotros añadiríamos que no es necesario estar afectado por un daño cerebral para que esto ocurra, ya que no es demasiado infrecuente encontrarse en un congreso con ponentes que exceden su tiempo de intervención en muchos minutos o que no cambian el discurso en función del feedback externo que reciben.
Como ya hemos señalado se ha establecido una estrecha relación entre el córtex prefrontal dorsolateral y las funciones ejecutivas, pero algunos autores consideran la posibilidad de distinguir diferentes formas de funcionamiento disejecutivo en el contexto de las múltiples conectividades existentes entre el cortex prefrontal y otras regiones corticales y subcorticales. Algunas de estas interacciones neurales asocian el córtex prefrontal con módulos de procesamiento en el córtex posterior como los lóbulos temporal y parietal, estructuras límbicas como la amígdala y el hipocampo, el núcleo estriado, el cerebelo y los sistemas monoaminérgicos y colinérgicos ascendentes. En los últimos años se ha producido un importante avance en la comprensión de los sistemas neuronales y, en concreto, de los circuitos frontosubcorticales, clasificados de la siguiente manera: a) corteza prefrontal dorsolateral → nucleo caudado → globo pálido (lateral-dorsomedial) → tálamo → corteza prefrontal dorsolateral, b) corteza orbital lateral → núcleo caudado → globo pálido (medial-dorsomedial) → tálamo → corteza orbital lateral, y c) corteza cingulada anterior → núcleo accumbens → globo pálido (rostro-lateral) → tálamo → corteza cingulada anterior.
Por otra parte la aparición de las modernas técnicas de neuroimagen representan una oportunidad para progresar en la evaluación de las relaciones entre el funcionamiento de las distintas áreas o regiones cerebrales y las diversas capacidades neuropsicológicas, es decir, el uso de técnicas de neuroimagen in vivo ofrece nuevas posibilidades para intentar correlacionar los cambios funcionales cerebrales con los déficits neuropsicológicos. Esta nueva aproximación al sustrato anatómico de una realidad tan compleja como las funciones ejecutivas a través de estudios con técnicas de neuroimagen plantea algunos problemas metafísicos que han de ser tenidos en cuenta: a) ¿qué relación existe entre el estado cerebral y sus manifestaciones en el comportamiento?, b) cómo se pueden relacionar las variaciones en neuroimagen con variaciones en medidas externas?, c) ¿de un patrón de actividad cerebral «X» resulta siempre un patrón de conductas «Y»? y d) ¿el estudio de neuroimagen en ausencia de hipótesis sólidas previas del funcionamiento cerebral puede llevar a la interpretación de los resultados en direcciones espúreas?
En esta línea de la identificación del sustrato anatómico de las funciones ejecutivas es importante tener en cuenta que estas funciones complejas deben ser entendidas como una realidad emergente. La emergencia aplicada al tema que nos ocupa se puede entender como el fenómeno por el cual, cuando una estructura alcanza un nivel determinado de complejidad, emergen nuevas propiedades que no eran posibles de predecir por muy bien que se analicen componentes de estructuras inferiores. En cada nivel de complejidad emergen nuevas propiedades y nuevas funciones, nuevas capacidades y nuevos trastornos, y tal vez las funciones ejecutivas son capacidades cognitivas que emergen cuando el hombre adquiere la capacidad adaptativa de la anticipación.
Desde un planteamiento cognitivo, la división conceptual de las habilidades ejecutivas en una serie de componentes precisa una mayor verificación. De hecho, son pocas las teorías tanto neurofisiológicas como cognitivas que se han acompañado de diseño de pruebas o tareas específicas que permitan estudiar de forma aislada cada uno de sus componentes. Esto parece lógico por otra parte, ya que analizar cada uno de los componentes de las funciones ejecutivas y su peso factorial es una tarea que puede generar cierta confusión, pues cuando se evalúa el funcionamiento ejecutivo se hace de forma conjunta con otras funciones, y no es posible realizarlo de otro modo, tal vez porque no se estudia una función sino el acto mental complejo por excelencia. Desde este punto de vista se podrá convenir que las definiciones sobre qué son las funciones ejecutivas son descriptivas pero no ayudan a comprender la «etiología funcional» de las actividades cognitivas que las sustentan, por lo que nos encontramos ante múltiples descripciones que no acaban de definir los procesos responsables de una conducta ejecutiva.
A pesar de la importancia de las funciones ejecutivas en el funcionamiento cognitivo y conductual hemos de reconocer que se trata de un constructo teórico todavía no suficientemente validado, y no se ha realizado todavía un esfuerzo por consensuar una definición operativa que sea de utilidad en la clínica y en la investigación, observando que cada autor arrastra el concepto hacia sus presupuestos de partida. Esta reflexión está en concordancia con las afirmaciones de Fodor, quien sugiere que los procesos de pensamiento de alto nivel, como los implicados en el razonamiento , la toma de decisiones, la formación de creencias, etc., no son modulares por lo que no son susceptibles de investigación científica.
Los diferentes modelos expuestos en esta revisión nos llevan a plantear la posibilidad de que cuando dos profesionales se refieran al concepto de funciones ejecutivas tal vez no se estén refiriendo a lo mismo en la medida que cada uno de ellos haya bebido de diferentes fuentes conceptuales. Reconocer las funciones ejecutivas desde el modelo de la memoria de trabajo de Baddeley, desde el modelo jerarquizado de las funciones mentales de Stuss y Benson, desde la hipótesis del marcador somático de Damasio o desde el sistema atencional supervisor de Norman y Shallice supone acercarse a una misma realidad desde perspectivas diferentes obviando una parte de esa tan compleja y poliédrica.
Esta revisión ha tratado de poner de relieve algunos de los problemas conceptuales que se plantean cuando uno desea acercarse al conocimiento de la neuropsicología de las funciones ejecutivas. Al contrario que en la neuropsicología «clásica», no han podido desarrollarse modelos con capacidad predictiva. Los intentos de anclaje en modelos funcionales o en la localización cerebral terminan siendo sustituidos por constructos de corte psicologicista demasiado distantes a la neuropsicología tal y como la entendemos. Este proceso de descripción y definición comporta pérdidas y transformaciones de información mediadas por teorías o presupuestos de los que no es necesario ser consciente.
Sin duda es cierto que conocemos mucho de moléculas, neuronas y circuitos, pero nadie podría discutir al mismo tiempo que también desconocemos verdaderamente cómo funciona el cerebro. Esto ha dado pie a esa intuición no claramente formulada denominada funciones ejecutivas y que trata de desvelar, en el fondo, la lógica de los procesos cerebrales que subyacen a los procesos mentales. Como señala Habel (citado por Mora), «las neurociencias están faltas de una auténtica revolución, de la aparición de una gran teoría o descubrimiento, de un "turning point" que ilumine y oriente las investigaciones en una dirección novedosa, algo así como lo ocurrido en otras ciencias con los hallazgos de Copérnico, Newton, Einstein o Watson y Crick».
Era el verano de 1848 cuando el Dr. Harlow describió el caso de Phineas Gage, un trabajador eficiente y capaz que tras sufrir un accidente que afectó a la región frontal de su cerebro experimentó graves cambios en su personalidad. Este hecho deja entrever que hay sistemas en el cerebro humano dedicados al razonamiento y a las dimensiones personales y sociales del individuo. Después de siglo y medio múltiples casos como el de Phineas Gage nos indican que algo en el cerebro humano concierne a la condición humana, como la capacidad de anticipar el futuro, de actuar en un mundo social complejo, el conocimiento de uno mismo y de los demás y el control de la propia existencia.
‹‹‹ Primera parte: concepto, evaluación, intervención
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★★★★☆
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